Apenas comenzaba a caminar, pero, a diferencia de otros niños y niñas de su edad, no se asustó cuando el miedo se presentó ante su persona. Por el contario, hizo un pacto con él y jugó a ser sombra.
Se protegió de la luz, de modo que se volvió invisible, y sus ojos quedaron inutilizables, sin embargo, su olfato se desarrollo y pudo percibir olores que nunca antes había sentido: el olor de la vejez, de la vida abandonando sus aposentos.
Bajo la influencia del miedo, la oscuridad y su olfato, fundió metales y fabricó un arma. Pocos segundos después, sus dedos se deslizaban por el filo peligroso de una guadaña.
Buscó, entonces, un nombre para bautizarse mientras durara el juego, pero ya era tarde. La vida y sus atributos le habían abandonado. Desde ese día su nombre sería Muerte.