"Si tú tienes una manzana y yo tengo una manzana e intercambiamos manzanas, entonces tanto tú como yo seguiremos teniendo una manzana. Pero si tú tienes una idea y yo tengo una idea e intercambiamos ideas, entonces ambos tendremos dos ideas."
George Bernard Shaw

jueves, 1 de abril de 2010

Barcelona Connection - Andreu Martín (fragmento)

-Yo que tú no andaría diciendo esas cosas a cualquiera, Huertas. Tanto si son verdad como si no, te pueden traer disgustos.
-Bueno -Dijo Huertas-, el novelista y Cuenca son de confianza.
- ¿Y tú cómo lo sabes, Huertas? ¿Puedes estar seguro, pero muy seguro, de que alguien de la Brigada es de fiar? - Huertas quería decir que sí, que claro que sí, pero no abrió la boca-. Estamos tratando con criminales todo el santo día, nos pagan un sueldo de mierda, nos jugamos el tipo incluso cuando limpiamos la herramienta de trabajo, ¿Y te extraña que alguno de nosotros se pueda vender barato? ¿Qué harías tú, Huertas, si ahora mismo te viniera un representante del Extranjero y te ofreciera un sueldo fijo, digamos quinientas mil pelas al mes, para trabajar para ellos desde dentro del Cuerpo? ¿Le dirías que se fuera a hacer puñetas...?
Qué pregunta.
Una pregunta que vació de pronto el cerebro de Huertas, le dejó sin palabras e hizo que le temblaran los dedos sobre el volante.
-Ay, Pipiolo, Pipiolo... -Dijo, recordando el apelativo que el Obispo había dado a Faura-. Bueno, ¿Adónde vamos?
-Adonde habíamos quedado, ¿No? -Respondió Faura, muy tranquilo-. A hacer la ruta de los confites.

La ruta de los confites pasa por muchos bares donde hay que hacer alto, donde hay que esperar fingiendo que nadie espera a nadie, dos hombres solos, sentados ante dos copas, charlando de mujeres o del curro, vete tú a saber de qué hablan dos hombres solos, a estas horas del día, metidos en un bar de camarutas.
-No -Dijo Huertas de pronto. Miraba el vaso de cubata con expersión de fatalidad. Se resignaba ante la evidencia de que todas las rutas de los confites acabaran en trompa-. Yo les diría que no, que se metieran la pasta en el culo.
Pensaba en toda aquella gente, tan rica, tan bien vestida, tan sonriente y segura de sí misma; recordaba miradas despectivas que le mantenían a distancia.
Contra lo esperado, Faura tardó en comprender de qué le hablaba. Tuvo que fruncir el ceño, como preguntandose "de qué me está hablando ahora este tío" tuvo que decir:
-Ah, si -y-: Ahora no sabía de qué me hablabas -antes de replicar, sin pasión alguna-: Pues, si lo que dices es verdad, creo que como tú habrá pocos, Huertas...
-¿Tú picarías, Pipiolo? -Preguntó Huertas, francamente sorprendido-. ¿Tú te dejarías untar?
- No lo sé. Me lo tendría que pensar tanto como tú. Y después de contestarte no estaría tan seguro de haberte dicho la verdad.
- No, Pipiolo -Dijo Huertas, mirándole a los ojos-. El hecho de que hables así me dice que a ti no te enredarían. Eres demasiado consciente. Sentirías que te compran como si fueras una cosa...
- Pues exactamente como me compran ahora. Me pagan y hago lo que me mandan, sin rechistar. Como tú. Quién paga, manda.
-No, perdona. Tanto tú como yo elegimos este trabajo porque quisimos. Yo quería ser policía, y lo fui. - Aquello no era cierto del todo, porque durante mucho tiempo Huertas deseó que llegara el día de su graduación como abogado para poder abandonar el Cuerpo, pero no siempre se puede hablar diciendo toda la verdad-. Y yo sabía perfectamente de lo qué iba la cosa: hay unos que están al otro lado de la frontera...
-¿De qué frontera? -Hizo Faura, irónico.
-... Y nosotros estamos de este lado y tenemos que luchar contra ellos. Éstas son las reglas, Pipiolo, las aprendí en el mejor de los colegios: en el cine, igual que tú. Hay una guerra declarada y tú y yo somos soldados de este bando, y hay un bueno y un malo, y yo quiero ser el bueno, y no vale hacer trampas.
-Muy bien.- Faura se volvió hacia él-. Eso es lo que creías cuando eras un niño que iba al cine y quería ser policía. Y ahora que ya eres mayorcito, y ya te afeitas, y sabes que los reyes son los padres, y ya eres policía, ¿Sigues papando las mismas moscas?
- Me parece que sí, Pipiolo -Suspiró Huertas, un poco avergonzado-. Y estoy seguro de que tú también. Tanto a ti como a mí nos siguen dando asco los tíos que enganchan del caballo a chiquillas de trece años para echarlas a la calle con la seguridad de que no se escaparán...
-Claro que sí -Aprobó Faura-. Y los tíos que le aplastan la cabeza a un viejo ciego para robarle los cupones de la ONCE...
-Claro -Repitió Huertas.
-Pero... ¿Y el chaval al que nadie ha enseñado a trabajar, y qué daría igual que le hubieran enseñado o no porque de todas formas estaría en paro, y que rompe la ventanilla de un coche para afanar el radiocassete? - Huertas reflexionaba antes de responder, y su compañero se le adelantó-: ¿O ese otro crío que se ha colgado del caballo porque siempre le han enseñado que hay que ser muy macho y muy valiente en esta vida y la única manera que se le presenta de demostrar que es muy macho y muy valiente es probando el pico?
-Nuestra obligación es detenerles -Se excusó Huertas, turbado-. Después, que venga el juez y les juzgue.
-También es nuestra obligación detener al Morrot, que llegará ahora con los bolsillos llenos de papelinas. Y no le detendrás.
-Porque...
-Sí, ya lo sé. Porque es un confite -Terminó Faura-. Dime tú si no es injusto. Un traidor que entrega a los que confian en él recibe más trato de favor que alguien que no tuvo la oportunidad de escoger...
Protestó Huertas, cabreado al verse entre la espada y la pared en una conversación que no deseaba. Faura se rió y le dijo que no se hiciera problemas, que la vida era como era y qué le iban a hacer.
-¿Y ahaora te das cuenta de que todo es una mierda, Huertas? Venga, coño, que ya eres mayorcito. Nos pasamos media vida comiendo chorizo ¿Y te extrañas de que nos huela el aliento a chorizo? Todos somos un poco corruptos, Huertas. Tú y yo, sin ir más lejos, toleramos la prostitución, la venta de chocolate, el juego clandestino... Sí, ya lo sé, lo hacemos porque algunas putas o algunos camellos nos informan cosas peores, y porque las timbas clandestinas son ratoneras donde tarde o temprano caerán atracadores o estafadores de categoría... Eso es lo que decimos, que lo hacemos por eso. Pero llega un día que piensas que estás haciendo el gilipollas al jugarte la vida por dos reales. Los delincuentes se la juegan pero al menos ganan millones.
El monólogo de Faura sonó a veredicto de un juicio en el que la ciudad hubiera sido declarada culpable.
-¡Calla, Pipiolo, joder!